miércoles, 28 de marzo de 2007

Sobre Naufragio, de William Mejía

La acción de la novela Naufragio, de William Mejía, se desarrolla en varias localidades de Santo Domingo, en un período que abarca por lo menos 35 años de la historia dominicana: desde la Revolución de Abril (1965) hasta los alrededores del 2000. Envuelve un reparto de personajes de la más variada índole: desde el poeta-con-machete Telemón hasta el abogado experto en diccionarios, y flojo de piernas, Suero; desde la sempiterna colaboradora del orden conservador, la ex-monja Vespertina, hasta el radical trasnochado y empedernido, Enrique “Soviético”; desde la profesional-desempleada y huérfana de padre y madre Marina, hasta la desbocada y contenciosa Ramona; cobardes y bravudos, cínicos e idealistas, aprovechados y pendejos....mudados a través de casi cuatro décadas que los unen y los separan, que trastornan sus ideales de juventud, a veces para convertirlos en su opuesto.... Un abanico de temas que va desde la historia política dominicana, el destino trunco de las revoluciones socialistas, el desempleo, la corrupción dentro de las iglesias y los viajes en yola hasta la lealtad y la traición, el amor y el desamor, la memoria y la ultratumba.

La estructura es elíptica y bastante compleja, con cuatro líneas narrativas que se alternan entre distintos personajes, un poco al estilo de otra novela dominicana con similar trasfondo melodramático/sociopolítico: Sólo cenizas hallarás (Bolero) de Pedro Vergés. La línea principal, con pinceladas de Un cuento de navidad y Pedro Páramo, trata sobre el desastrado viaje en yola que reune a todos los personajes principales en el mismo lecho de muerte; uno de ellos, Pedro el Pando, regresa de la ultratumba para rememoriar los hechos y su propio pasado, asistido por un “fantasma del pasado” desconocido aunque simpatético. Las otras tres líneas pertenecen a tres personajes “de carne y hueso” – Marina, el mismo Pedro y Doña Crepúscula Verpertina – cada uno con su propia historia y su propio anhelo: la búsqueda de Marina por sus padres desconocidos, los proyectos fracasados de Pedro, las confesiones de la también infiltradora Vespertina ante un tribunal unipersonal misterioso. Así, la novela se mueve entre un presente consumado y fantasmal y un pasado en continuo devenir: dentro de cada capítulo, además, la narración hace pequeñas regresiones temporales, comprimiendo las varias capas del presente como un telescopio cubista.

En todos los sentidos, pues, una novela de grandes ambiciones....aunque, por supuesto, la ambición de por sí no hace una buena novela. ¿Logra William Mejía, en el espacio de 241 páginas, hacer de su proyecto enciclopédico una novela, si quiera, buena?

* * *

Quiero, en primer lugar, comentar esta novela desde el plano formal donde, a mi parecer, existen muchos fallos.

No logro entender, por ejemplo, porqué – de cuatro líneas narrativas – dos corresponden a un mismo personaje, que ni siquiera es el más interesante del conjunto. El personaje de Pedro el Pando da la impresión, la mayoría de las veces, de una absoluta pasividad frente a los hechos, cosa que no me parece completamente intencional por parte del autor. Queda en una nebulosa: ya que ni los capítulos que narra en primera persona lo revelan excepto como interlocutor ocasional; ni éstos difieren en esencia de los capítulos del Pedro-espectro (narrados en tercera persona), donde la estructura de recuperación del pasado promete revelaciones más contundentes; ni desde los puntos de vista de los otros personajes se abunda demasiado sobre él. Por culpa de este craso “favoritismo” con Pedro el Pando por parte del autor, personajes de mucho más potencial dramático – por ejemplo Enrique el “Soviético”, cínico e idealista, temeroso y temerario, violento y sutil – quedan relegados a un segundo plano; mientras que otros – Donato, el capitán Brazomocho, Nelson “Elasna”, Telemón – ni siquiera terminan de dibujarse claramente, aunque se les menciona constantemente. Por otro lado, el autor no aprovecha la narración en primera persona en tres de las cuatro líneas narrativas para diferenciar los personajes, ya que las variaciones de estilo entre una voz y otra son casi inexistentes; alguna que otra frase característica nomás, y el asunto de que se trata.

El desarrollo de las acciones, y especialmente de los diálogos, me parece sumamente torpe. La mayoría de los capítulos se desarrollan en torno a un evento que está a punto de darse o una amenaza a punto de materializarse, mientras que los personajes se pierden en un tú-a-tú irrelevante e interminable en su espera. Curioso el hecho de que, en una novela con tantas cosas pasando a la vez (y en tantos planos temporales diferentes), tan pocas acciones lleguen a consumirse. En cuanto a los diálogos, que se señalan generalmente con punto y seguido en vez de la tradicional raya o comillas, el autor tiene la molesta costumbre de subrayar y explicar – es decir, narrar doble – cada línea antes de que se pronuncie. “En seguida, la voz de Enrique volvió a la carga, como cuchillo afilado....Acto seguido, Enrique se propuso echar más hielo sobre la fríá madrugada.....El siguente fue el alegato de Pedro....Enrique, ansioso, acudió a otra explicación....Esto bastó para una explosión de Donato”, etc. Me parece que, con esta técnica de aplazamiento y redulpicación, el autor busca dar más dramatismo a los hechos; pero el resultado es una concatenación de escenas melodramáticas, estáticas y truncas – a la espera de un “próximo capítulo”, por asi decirlo – técnica bastante parecida a la de las telenovelas....

Por último en el plano formal, no entiendo la necesidad, en una novela domincana (sobre asuntos dominicanos y escrita, ostensiblemente, con un público dominicano en mente), de poner en cursivas cada expresión idiomática que aparece (“...porque se inclinaba demasiado a favor de los hijos de Machepa”; “ese jorocón vive mas sangrú de la cuenta”). Tampoco encuentro justificación – en un escritor con varios años de experiencia en su oficio y, asumo, la voluntad de leer, observar y comprobar – para la gran cantidad de errores ortográficos en la redacción de extranjerismos. “Jugábamos al ‘Came on here’…”, “Américan Air Line”, “Harvey Ossuald y Jack Rubby”, “Lindon Jonson”… y me parece dudoso el título de aquella “pieza marcial” que, de acuerdo a Mejía, se tocaba en los tiempos de la revolución: la Washington Post. Hasta donde sé, se trata del título de un periódico estadounidense, no de una pieza musical.

* * *

Para concluir, y ya en el plano del contenido, me remito al caracter “ambicioso” de esta novela de William Mejía, y en qué esa ambición consiste: al parecer, en dar (como dice un comentarista en la contraportada del libro) un “chapuzón de historia” a través de una novela. Lograr una gran novela dominicana, sobre nuestra historia moral, social y política.

Es un mal de muchas obras dominicanas, en términos generales, el querer representar nuestra realidad actual y contemporánea “tal cual es”; lo mismo pasa con las novelas sobre la historia dominicana reciente. Quizás una excepción felíz, por lo menos parcialmente, a esta regla sea Sólo cenizas hallarás, de Pedro Vergés. Pero en los otros casos, se pretende dar un “chapuzón de historia” con datos crudos, aún no asimilados, aún no digeridos suficientemente por la conciencia; sin esa distancia necesaria que quizás, a la postrera, pueda dar fruto a una obra artística, a una verdadera gran novela, que se distinga de un folleto o un editorial del Listín. “Grandes novelas”, pues, no son, sencillamente porque traten sobre tal o cual cosa, o abarquen tantas otras más.

Esta novela de William Mejía no llega a la altura de sus propias ambiciones. Creo que, aparte de melodramatizar los hechos (“echarle más mierda, más mamarrochería sentimental”, como exigía Luis Buñuel a una actríz mala), no llega al fondo de ninguno de esos temas del gran abanico que se propone abrir para nosotros. En vez de una historia que nos lleve a la reflexión, muchas veces la novela se convierte en mero juego de identificar las figuras detrás de seudónimos. Así, “David Verdaguer” es Joaquín Balaguer, “Julián Gross” es Juan Bosch, una tal “Voz de Trueno” es Peña Gómez, otro tal “Coronel Calcaño” (Camaaño), héroe de la Revolución de Abril; así el Partido Socialdemócrata (PRD), el Partido Socialcristiano (PRSC), el Partido Liberador (PLD). Hasta un tal “David Hernánadez” aparece por ahí, presidente del Partido Liberador.... Máscaras innecesarias. Todos sabemos de quién se habla, y en el solo hecho de nombrarlos volvemos a reverenciarlos (o vituperarlos) como ya estamos acostumbrados a hacer.... Nada nuevo. No hemos llegado al fondo....

Otro comentarista de la contraportada afirma que “si se perdiesen los documentos fundamentales de la historia dominicana de los últimos cuarenta años, podríamos reconstruirla a partir de la novela Naufragio”. Le respondería que, en primer lugar, no hay peligro de que se extingan esos documentos, ya que existen en demasía. En segundo lugar, es verdad: pudiéramos (si fuera una buena novela) gozar de nuevo esas experiencias, revivirlas en calidad humana. Pero la calidad humana de una obra no es sólo sus personajes, ni una buena historia, ni el estilo, ni las buenas intenciones de su autor: es su calidad como producto humano, su distancia y su certeza.

Por eso, Naufragio es el naufragio de un naufragio que no ha acabado de naufragar.

Meliton Güe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El antipoeta de personalidad musicalmente poética.

Anónimo dijo...

Un gran tema (si que nuestra historia reciente es un gran tema) no garantiza una gran novela. Por lo demas, lo de presentar nuestra historia reciente o pasada de manera cruda e idiomaticamente desenfadada no me parece necesariamente una mala cosa, toma por ejemplos novela como Charamicos de Angela Hernadez, donde esta escritora se toma toda la liberta de transcribir en su novela (sin cursivas por ninguna parte) toda el habla popular dominicana sin que esto afecte en lo mas minimo al texto como tal.

Si la novela es tan mala, no menciones ni de paso a Pedro Vergés.